martes, 26 de febrero de 2013
Un mundo perfecto.
Ojalá llegue el día en el que te levantes feliz, todo te vaya de puta madre y eso siga así todos los días. Que no tengas que preocuparte por quien te habla o deje de hacerlo. Que el corazón no se rompa al ser de acero. Que aunque no se pueda, se consiga. Y que tropezarte con la misma piedra sea tan solo un hecho del pasado. Que un día estés con otro, y al siguiente con cualquiera. O con el mismo toda tu vida. Fumar, beber y follar. Como un Dorian Grey pero en la actualidad. Vendiendo tu alma al diablo a cambio de eterna juventud, embotellada en un frasco con sabor a gloria.
Que las responsabilidades no tengan hueco ni en un cajón. Que todo sea perfecto, que te lo den todo hecho. Y que si te aburres, rompas las normas. Normas inquebrantables para que te rompas la cabeza intentando romperlas. Que comerse el coco solo sea para ver qué coño podrás hacer mañana.
Todo controlado y a la vez un caos. Que encontrar a la persona perfecta entre un mar de perfectos sea un reto infinito, porque la imagen se modifica, pero no la personalidad. Que los capullos de barrio se marchiten con el tiempo. Que las miradas penetrantes culminen en un sonoro gemido.
Que seas tú, tú y solo tú, que te comas el mundo y no la cabeza.
Ojalá un mundo así. Ojalá.
sábado, 16 de febrero de 2013
Quiero.
Quiero ser la fresca brisa que se cuela entre tu ropa, para poder tocarte.
Y saborear cada poro de tu cuerpo, cómo si fuera el último.
Revolver cada mechón de tu pelo, y sentir tu fragancia.
Convertirme en persona, y permanecer a tu lado, unidos por un símil: 'como dos enamorados.'
Y morderte, beber de tus labios. Que sean el agua que me sacie en el desierto.
Escribir sobre tu espalda millones de versos. Canciones, para que me recuerdes cuando mires al pasado.
Recorrer las líneas que se difurcan en tus manos.
Perderme en tu mirada, como si no hubiera otra.
Arrancarte sonrisas a montones, y guardarlas todas. Para cuando las necesites y no te quede nada.
Y susurrarte al oído:
'Eres el único.'
miércoles, 13 de febrero de 2013
Alone.
Sé que llevo mucho sin escribir, que esto que voy a poner ahora no es lo habitual, y que puede llegar a ser largo y tedioso, pero necesitaba expresarme.
Me levanté de buen humor, llena de energía. ¿Nunca os ha pasado que os habéis levantado con esa sensación de "joder, hoy es mi día"? Pues yo sí. Hacía mucho que no me sentía así. Tan feliz, tan rebosante de alegría... Y sin motivos. Tendría que haber estado triste, ya que para eso sí tenía motivos, pero ese día parecían lejanos, demasiado cómo para poder afectarme.
Y llegué al instituto, feliz, sonriente, con la cabeza alta, pues normalmente tengo la manía de caminar mirando al suelo. Incluso me atreví a gastar una broma antes de hacer mi examen. Y entonces, así sin más, todo se vino abajo.
No fue el hecho de que el examen me saliera mal, que lo hizo, porque a la hora de tener que hablar en público sobre un texto que he tenido que memorizar previamente, me pongo muy nerviosa y me equivoco y me quedo en blanco. En ese momento no estaba mal del todo, tan solo decepcionada.
Fue a la hora siguiente, cuando haciendo gimnasia me mareé. Tengo migrañas. O jaqueca. Me han dicho que es lo mismo, aunque no estoy segura. Los médicos que me hicieron las pruebas tampoco, y como no encontraban nada raro lo achacaron a eso. Tampoco sé si eso influye a la hora de correr botando un balón, pero los flatos de mi estómago y las ganas de vomitar supongo que sí. Después de eso me pasé todo el día con un fuerte dolor de cabeza, como si alguien muy aburrido se hubiese puesto a darme martillazos rítmicos en las sienes, mientras intentaba que me explotasen los tímpanos.
Bueno, pues resulta que cuando me duele la cabeza me pongo triste, se me quita el apetito y las ganas de sonreír. Y me pongo a pensar y a reflexionar, intentando animarme a mí misma. Pero el problema es que la mayoría de estos pensamientos son reflexiones tristes. Y eso me pone más triste aún. Es un círculo vicioso del que solo puedo escapar durmiendo, e incluso ahí me siguen persiguiendo muchas veces.
Estaba triste porque pensé en mi abuela, y en el cáncer, y en mi madre, su hija, y me dio mucho miedo el cáncer. Mi madre está sana, gracias a dios. Pero seguía estando triste. Luego pensé en Charlie, un chico muy especial que conocí hace poco, y que me encantaría presentar a mis hijos. Él también lo pasó mal, pero su forma de ser me hizo cambiar la forma de ver el mundo, y se lo agradeceré eternamente. Hace tiempo que no lo veo, pero sé que estará bien, perdido entre las páginas de un libro, escuchando The Smiths, escribiendo sus pensamientos en una carta, con una vieja máquina de escribir de segunda mano. Sintiéndose infinito.
Recuerdo que dijo que su mejor amigo se había pegado un tiro, y ahí fue cuando me hundí del todo. El mero hecho de pensar en que pudiera sucederle al mío, me hizo tener que parpadear para retener las lágrimas. Porque si algún día sucedía, no sabría qué hacer, o qué sentir. Al imaginarlo me estremecí. 'Le odiaría', pensé. No podía dejarme sola, no podía irse y creer que yo estaría bien. Pero también le quiero, y supongo que por eso acabaría odiándole. Maldiciéndole y llorando por huir de aquella manera tan cobarde, y a la vez suplicando que volviese y me abrazase. Es todo muy confuso.
Pensé en el poema que había leído Charlie, que al parecer era la nota de suicidio de un chico. Y me sentí peor, mucho peor.
Y en ese momento supe que no volvería a sonreír en todo el día, así que intenté pensar desesperadamente en otra cosa.
Y me di cuenta de algo.
Me di cuenta de que no estamos solos, no tanto como creemos. Constantemente veo estados, fotos de sentimientos de adolescentes frustrados, y siempre es lo mismo. El sentirse incomprendido, el sentir que no le preocupas a nadie, que te han fallado, que sonríes para aparentar ser fuerte, que la música es tu única amiga que verdaderamente te entiende, que estás harto de que la gente solo vea lo que haces mal, que te juzguen por un físico. ¿Os suena? A mí también.
Pensé que mucha gente se había sentido como yo en ese momento, que habría alguien llorando en un baño, alguien solo y en silencio, suplicando que alguien le salvase pero sin decir palabra. Gente escuchando las mismas canciones, viendo las mismas películas y llorando con las mismas escenas. Gente riéndose y compartiendo un beso a la vez. Gente con el alma rota intentando avanzar, sintiendo cómo su vida se desmorona. Gente fingiendo una sonrisa para que los demás no se preocupasen por ellos. Gente limitándose a observarlos en silencio, cuándo alguien les preguntase que qué les sucedía, callándose, porque verdaderamente ¿a quién le importa tu estado de ánimo? A nadie. Te miran con pena, y al cabo de un minuto vuelven a lo suyo. Gente que prefiere callarse a someterse a esa hipocresía.
Y gente con la mirada perdida y los ojos vidriosos, como yo en ese momento.
Y ya no me sentí tan sola.
Me levanté de buen humor, llena de energía. ¿Nunca os ha pasado que os habéis levantado con esa sensación de "joder, hoy es mi día"? Pues yo sí. Hacía mucho que no me sentía así. Tan feliz, tan rebosante de alegría... Y sin motivos. Tendría que haber estado triste, ya que para eso sí tenía motivos, pero ese día parecían lejanos, demasiado cómo para poder afectarme.
Y llegué al instituto, feliz, sonriente, con la cabeza alta, pues normalmente tengo la manía de caminar mirando al suelo. Incluso me atreví a gastar una broma antes de hacer mi examen. Y entonces, así sin más, todo se vino abajo.
No fue el hecho de que el examen me saliera mal, que lo hizo, porque a la hora de tener que hablar en público sobre un texto que he tenido que memorizar previamente, me pongo muy nerviosa y me equivoco y me quedo en blanco. En ese momento no estaba mal del todo, tan solo decepcionada.
Fue a la hora siguiente, cuando haciendo gimnasia me mareé. Tengo migrañas. O jaqueca. Me han dicho que es lo mismo, aunque no estoy segura. Los médicos que me hicieron las pruebas tampoco, y como no encontraban nada raro lo achacaron a eso. Tampoco sé si eso influye a la hora de correr botando un balón, pero los flatos de mi estómago y las ganas de vomitar supongo que sí. Después de eso me pasé todo el día con un fuerte dolor de cabeza, como si alguien muy aburrido se hubiese puesto a darme martillazos rítmicos en las sienes, mientras intentaba que me explotasen los tímpanos.
Bueno, pues resulta que cuando me duele la cabeza me pongo triste, se me quita el apetito y las ganas de sonreír. Y me pongo a pensar y a reflexionar, intentando animarme a mí misma. Pero el problema es que la mayoría de estos pensamientos son reflexiones tristes. Y eso me pone más triste aún. Es un círculo vicioso del que solo puedo escapar durmiendo, e incluso ahí me siguen persiguiendo muchas veces.
Estaba triste porque pensé en mi abuela, y en el cáncer, y en mi madre, su hija, y me dio mucho miedo el cáncer. Mi madre está sana, gracias a dios. Pero seguía estando triste. Luego pensé en Charlie, un chico muy especial que conocí hace poco, y que me encantaría presentar a mis hijos. Él también lo pasó mal, pero su forma de ser me hizo cambiar la forma de ver el mundo, y se lo agradeceré eternamente. Hace tiempo que no lo veo, pero sé que estará bien, perdido entre las páginas de un libro, escuchando The Smiths, escribiendo sus pensamientos en una carta, con una vieja máquina de escribir de segunda mano. Sintiéndose infinito.
Recuerdo que dijo que su mejor amigo se había pegado un tiro, y ahí fue cuando me hundí del todo. El mero hecho de pensar en que pudiera sucederle al mío, me hizo tener que parpadear para retener las lágrimas. Porque si algún día sucedía, no sabría qué hacer, o qué sentir. Al imaginarlo me estremecí. 'Le odiaría', pensé. No podía dejarme sola, no podía irse y creer que yo estaría bien. Pero también le quiero, y supongo que por eso acabaría odiándole. Maldiciéndole y llorando por huir de aquella manera tan cobarde, y a la vez suplicando que volviese y me abrazase. Es todo muy confuso.
Pensé en el poema que había leído Charlie, que al parecer era la nota de suicidio de un chico. Y me sentí peor, mucho peor.
Y en ese momento supe que no volvería a sonreír en todo el día, así que intenté pensar desesperadamente en otra cosa.
Y me di cuenta de algo.
Me di cuenta de que no estamos solos, no tanto como creemos. Constantemente veo estados, fotos de sentimientos de adolescentes frustrados, y siempre es lo mismo. El sentirse incomprendido, el sentir que no le preocupas a nadie, que te han fallado, que sonríes para aparentar ser fuerte, que la música es tu única amiga que verdaderamente te entiende, que estás harto de que la gente solo vea lo que haces mal, que te juzguen por un físico. ¿Os suena? A mí también.
Pensé que mucha gente se había sentido como yo en ese momento, que habría alguien llorando en un baño, alguien solo y en silencio, suplicando que alguien le salvase pero sin decir palabra. Gente escuchando las mismas canciones, viendo las mismas películas y llorando con las mismas escenas. Gente riéndose y compartiendo un beso a la vez. Gente con el alma rota intentando avanzar, sintiendo cómo su vida se desmorona. Gente fingiendo una sonrisa para que los demás no se preocupasen por ellos. Gente limitándose a observarlos en silencio, cuándo alguien les preguntase que qué les sucedía, callándose, porque verdaderamente ¿a quién le importa tu estado de ánimo? A nadie. Te miran con pena, y al cabo de un minuto vuelven a lo suyo. Gente que prefiere callarse a someterse a esa hipocresía.
Y gente con la mirada perdida y los ojos vidriosos, como yo en ese momento.
Y ya no me sentí tan sola.
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