Las pequeñas calles de Madrid, antes iluminadas y llenas de gente, se despojan de su calidez que tenían durante el día y se sumen en la oscuridad. Tan solo son las siete de la tarde, pero la luz del sol desapareció hará un rato. Las calles, desiertas y solitarias, solo son despertadas de su letargo por unas pisadas que se oyen a lo lejos. Alguien ríe, y otro habla. Una pareja enamorada camina de la mano mientras se detienen a darse un beso en cada esquina. Hace media hora que se apagaron todas las farolas y que el ruido del tráfico ha desaparecido. Madrid se ha convertido en una ciudad fantasma con la llegada del invierno, pero eso no ha detenido a aquella pareja, que parece dispuesta a disfrutar de su día juntos. La chica, de un largo pelo rojizo, no puede parar de reír y disfrutar con la compañía de aquel encantador chico, y él, a su vez, parece embelesado con la dulce voz de su pareja. Sonríen en la oscuridad, aunque apenas pueden verse. Saben que es un momento íntimo, importante para los dos, aunque sea un día como otro cualquiera. Pero no lo es. Madrid les pertenece, ahora mismo solo existen ellos dos.
Atraviesan una pequeña calle mientras él la agarra por la cintura y le susurra algo al oído. Casi se puede adivinar por la sonrisa de la chica, que ha dicho lo que ella quería oír. Se detiene un momento mientras le sujeta la cara suavemente con las manos y le besa. Él la corresponde mientras acerca su cuerpo al suyo y le acaricia suavemente el pelo. No pueden negar que los dos están pensando en lo mismo, en llegar pronto a casa para fundirse en uno solo. Pero quieren disfrutar de ese momento. Es suyo, les pertenece. La risa de ella vuelve a sonar sobre el silencio de la noche, y él vuelve a besarla. Pasan así un buen rato, intercambiando besos, miradas, silencios. Intercambiando palabras sin la necesidad de hablar, solo con mirar.
Finalmente, desesperados y hambrientos, entrelazan sus dedos y se besan apasionadamente mientras él la alza en alto y pasa sus piernas alrededor de su cintura. Los botones de la camisa de él parecen a punto de estallar, al igual que sus corazones. Cualquiera en cien metros a la rotonda, si aguza el oído puede llegar a escuchar sus desbocados deseos del uno por el otro. Pero eso ya no importa, la gente no importa. El mundo dejó de existir para ellos con el primer beso. Están solos, en aquella calle moribunda, llena de recuerdos y viejos secretos que en sus muros se ocultan. Al igual que aquella sombra.
Lleva presenciando los hechos desde que aquellos enamorados salieron abrazados de un viejo pub del centro. Éstos no se dieron cuenta, pues como ahora, el mundo había parado y los había dejado de lado para que disfrutaran a solas de su compañía. Y la sombra, agazapada en el tejado de un viejo edificio, sonríe con cada beso de ellos.
Pero la chica debe de haberse dado cuenta de que algo raro pasa, pues no puede evitar girar la cabeza hacia el edificio cuando siente unos ojos clavados en su espalda. Naturalmente, no ve nada ni a nadie, pero se aparta del chico repentinamente y un gesto serio. Niega con la cabeza. "Paciencia", susurra. Él la observa con un brillo de picardía en los ojos y sonríe a modo de aceptación. Le peina el pelo, ahora salvaje y alborotado, con las yemas de los dedos y se ponen en marcha, no sin antes darse otro beso. Vuelven a agarrarse de la mano, pero esta vez no continúan con su paseo tranquilo, si no que echan a correr calle arriba hasta desaparecer de la vista, como dos niños pequeños que juegan al "tú la llevas". Sus risas siguen sonando hasta muy pasadas las horas. Y eso que ya no ríen, que se han fundido en una sola persona.
Pero la sombra, ahora convertida en un increíble joven atractivo, sigue reviviéndolas en su memoria, sabiendo que aquellas risueñas y enamoradas risas le acompañarán para siempre.