Y llega un momento en el que te das cuenta. Tal vez sea por tu sonrisa o tal vez por ese cosquilleo en el estómago, pero lo sabes. Te has enamorado. Ya has pasado por esto antes, y sabes lo que se siente.
Y la verdad es que estás feliz, sientes mucha euforia, pero también miedo.
¿Miedo a qué? Pues a sufrir. Puedes darlo todo de ti, pero tal vez para esa persona nunca sea suficiente. Tienes miedo de que te rompan el corazón, porque después de mucho tiempo intentando reconstruirlo, ha llegado alguien a tu vida capaz de conservarlo intacto. Pero temes que no pueda hacerlo, o simplemente que juegue con él. No es un juguete, y sabes perfectamente lo que duele que se rompa.
No debes correr riesgos, sin embargo darías cuanto fuera por huir corriendo de su mano.
Aquí es cuando la cabeza pregunta: ¿Merece la pena?
Entonces le miras, y una gran sonrisa aflora en tus labios, sin que puedas ni quieras evitarlo.
Y el corazón responde:
Si lo sabes, ¿para qué preguntas?
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