lunes, 6 de febrero de 2012

Ok.

Caminé rápidamente entre la gente, estaba deseando verle. Sabía que iba a pasar, lo notaba dentro de mi pecho. Llegué y lo busqué con la mirada.
PUUM. Allí estaba, de pie, con la mirada perdida, y entonces decidió mirar en mi dirección y posar su mirada en la mía. Mi corazón parecía que iba a sufrir un ataque. Me sonrió y vino hacia mi. Genial corazón, ahora no podré ni hablar por tu culpa, espero que al menos no te de un infarto.
-Buenas tardes -Dijo con un tono afable.
-Bue... Buenas tar... Eh... ¿Hace frío no?
Me miró extrañado. Perfecto tía, ya la has cagado. Pero entonces, soltó una risotada y me miró divertido.
-La verdad es que yo tenía pensado venir en bañador, pero si tu tienes frío debe de hacer bastante. -Dijo aún riéndose.- Seguro que de ser por tu madre serías el muñeco michelin.
Le sonreí tímida mientras él se reía.
-Bueno, ya sabes como son, si no te pones el chaquetón...
-Tranquila, la mía es igual, aunque no le hago mucho caso.
-Apuesto a que no le hacía mucha gracia eso de que vinieras en bañador. -Aunque alegrarías la vista, añadí para mí.
Soltó otra risotada y me sonrió. Dios me encantaba su risa, y tenía una sonrisa preciosa.
-Supongo que no mucho, pero de ser por mí habría venido así.
-¿Al parque en bañador?
-¿Por qué no? Es típico.
Esta vez la que soltó la risotada fui yo.
-Típicamente raro, ¿No? -Volví a reírme.
Él sonrió de nuevo.
-A ver, ríete.
De repente me avergoncé, odiaba mi risa, así que me puse seria y negué con la cabeza.
-Venga ríete -Me dijo con voz suplicante mientras yo volvía a negar con la cabeza.- Por favor, venga, ríete, sólo una vez.
Yo seguí negando pero una sonrisa iba aflorando en mis labios conforme me lo pedía.
-Entonces me voy a dar el paseo yo solo en bañador, cogeré una pulmonía y recaerá sobre tu conciencia.
Esta vez si me reí. Sonrió abiertamente.
-¿Ves? No era tan difícil. Me gusta tu risa.
-A mi no.
-¿Por qué? Es preciosa.
-Porque no. -Dije mientras tiritaba, estaba muerta de frío.
Él se dió cuenta y se quitó su chaqueta.
-Hagamos un trato, yo te dejo mi chaqueta si tú me dices porque odias tu risa.
-Eso es chantaje -Dije, pero sonreí y acepté el trato.
Me puso con cuidado su chaqueta sobre mis hombros, olía a él.
-¿Y bien?
Me quedé pensativa un momento:
-Pues porque... Suena fatal, me da vergüenza.
Entonces hizo algo que me dejó sin aliento. Acercó su cara a la mía, demasiado, y me susurró:
-Te debería de encantar todo lo tuyo.
-Y... Y eso por... ¿Por qué?
-Porque es tuyo.
Y dicho esto me besó, y mi corazón dio un vuelco. Esto no estaba pasando, era demasiado bonito para ser cierto. Se separó un poco de mí.
-Perdona es que... Estaba deseando hacerlo.
Esta vez fui yo quien le besó. Y nos quedamos así, besándonos, dios sabe cuanto, dios sabe como.

No sé si lo habréis sentido alguna vez, esa sensación de estar a 3 metros sobre el cielo. Ahora que recuerdo esto, lo que pasó en ese momento y todo lo malo que pasó después, me pongo a reflexionar y, ¿sabéis qué? He llegado a la conclusión de que los cuentos de hadas no existen. Si nos pasamos toda la vida esperando a que llegue un príncipe azul montado en un caballo blanco, lo único que pasará será nuestra vida. Disney nos engañó, no hay princesas, ni príncipes, ni sapos, ni brujas malvadas. Aquí cada uno es un personaje nuevo e interesante, y tu cuento, si quieres lo creas tú y sino nada.
Porque si pensáis que los cuentos de hadas existen, podéis cerrar los ojos y empezar a soñar, ya que lo más cercano que os vais a encontrar es a 3 metros sobre el cielo, vuestro príncipe azul un Mario Casas en una moto negra o un Edward que os espía por la noche, y en cuanto os despertéis volvereis a la cruda realidad.
A esta puta realidad.

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