Es la misma rutina, el mismo jodido juego. Vivimos compitiendo, tú golpeas, yo golpeo. Tú te vas, yo vuelvo. Tú corres, yo vuelo. Tú me ignoras, yo te recuerdo. No sé quién de los dos merece más el infierno.
Estamos condenados a jugar, a perdernos en infinitas miradas y sonrisas, a despertarnos cada mañana con ganas el uno del otro. Tú sonríes, yo río. Tú lloras, yo sufro. Tú me buscas, yo me dejo encontrar.
Somos polos completamente opuestos, sin nada en común, pero nos complementamos el uno al otro. Tú sabes que no puedo vivir sin ti, y tú sabes que no puedes vivir sin mí. Nos peleamos, nos buscamos, nos coordinamos y nos matamos. Y nos drogamos sí, el uno del otro. Nos drogamos con grandes dosis de sonrisas, mordiscos, besos, abrazos, caricias, perfumes y risas; somos adictos a todo esto, al uno del otro. Sabes que si tú te pierdes yo iré a buscarte, y que si yo me marcho tú no tardarás ni un segundo en buscar las huellas de mis tacones, dispuesto a encontrar el camino que te lleve de vuelta hacia mí.
No necesito nada más que el sabor de tu risa en mi boca, la cama desecha con tu aroma, la almohada pidiendo a gritos que vuelvas y tu camisa sobre mis hombros esperando a que vengas a abrazarme y la contagies de nuevo con tu olor.
Y es que somos polos opuestos, y los polos opuestos se atraen.
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