300 años después.
Levanto la vista del suelo y observo a mi alrededor. Hay un montón de
gente en la calle, observando, sacando fotos, o simplemente jugando con la
nieve. Con mí nieve.
Estiro los brazos por encima de la cabeza y la capucha de la sudadera
me resbala por el pelo. Estamos a mediados de Abril, y la gente está muy
sorprendida de que nieve, incluso aunque estemos en París. Pascua está a la
vuelta de la esquina. Reprimo una sonrisa. Bunny tiene que estar que echa humo.
¡Que le jodan! Ese conejo malhumorado y cascarrabias se lo tiene muy creído.
Además, un poco de nieve nunca viene mal, ¿no?
Desvío la mirada hacia un gran reloj que cuelga en una oficina. Ya casi
es la hora. Doy saltitos de emoción e intento centrarme en otra cosa. Ah, la
Torre Eiffel, tan visitada como siempre. Sería divertido decirle a alguno de
estos listillos que yo la vi en construcción. Pagaría cualquier cosa para ver
la cara que pondrían.
La veo llegar cuando ya va por mitad de la calle. Me atuso el pelo con
rapidez y me sacudo la sudadera con brío. No me hace falta mirarme a ningún
espejo. Yo siempre estoy perfecto. Vuelvo a mirarla. Ha crecido mucho desde el
año pasado. Se ha dejado el pelo crecer, y lo tiene más pelirrojo y ondulado
aún. Con los ojos verdes brillantes, como si hubiese estado llorando, pero yo
sé que no lo ha hecho. Sus ojos son así. Brillantes, grandes, como la luna. ¡Me
recuerda tanto a ella! Tiene una sonrisa blanca y tímida, que me dan ganas de
besar una y otra vez. Los labios finos, acabados en una perfecta curva, que dan
la sensación de estar siempre sonriendo. La tez pálida y surcada de pecas. No
es guapa. He visto chicas guapas, son las que salen en las revistas. No, ella
es bonita. Una belleza delicada que solo un artista es capaz de apreciar. Con
un cuerpo ligeramente sinuoso y algo bajita. Oh, si la pudierais escuchar reír.
Suena como si cientos de cascabeles compusieran una canción simple y alegre,
pero hermosa al fin y al cabo, solo para ella. Y si la escuchaseis hablar, con
esos gestos tan graciosos que hace con la cara y las manos. ¡Y cómo se expresa,
madre mía! Podría pasarme horas y horas escuchándola hablar, solo por el placer
oírla. Oh, dios, ¡ya viene!
Se dirige hacia mí, y se sienta en el banco en el que momentos
antes yo estaba sentado.
-Hola –saludo con una sonrisa-. Me llamo Jack Escarcha.
Pero como todo el mundo, ni me ve, ni me oye. Sacudo la cabeza. Le he
dado muchas vueltas y no, no puedo rendirme a la primera. Tengo que insistir. Tiene que verme. Me agacho y recojo un
poco de nieve del suelo, formando una pequeña bola de nieve. Alzo el brazo y la
tiro contra el árbol que se encuentra a su lado. Se sobresalta y mira a todas
partes, intentando encontrar al culpable. Pero nadie parece prestarle atención.
Extrañada, sacude la cabeza y saca el móvil. Me atrevo a echar un vistazo por
encima de su hombro. Ni mensajes ni llamadas nuevas. Me muerdo el labio
inferior.
Ayer la vi por primera vez en un año. Es de Escocia, pero su familia es
de París, por lo que vienen todos los veranos aquí de vacaciones. La primera
vez que la vi debía tener unos ocho años. Incluso desde tan pequeña era bonita.
Siempre me ha parecido una chica adorable, con su pelo rojizo agitándose al
compás del viento. Recuerdo una vez, que mientras hablaba con una amiga suya,
se quejó de que siempre que venía a París en verano, nevaba. Decía que venía
buscando sol, no esto. Me sentó como si alguien me hubiese dado una patada en
el estómago. Al año siguiente no aparecí. Y al otro estuve a punto de no
hacerlo, pero tuve una corazonada, y pensé que no perdía nada por volver y
echar un vistazo. Me alegré de hacerlo. En cuanto el primer copo de nieve
aterrizó sobre su suave cabello, sonrió de par en par, y la escuché susurrar:
<<Por fin has vuelto. Te echaba de menos>>, se lo decía a la nieve,
claro está. Pero imaginar que pudiese susurrarme esas palabras al oído, fue
como un regalo caído del cielo. Debía de haberse acostumbrado tanto a la nieve
en París, que la echó de menos ese año. O tal vez notó mi ausencia. Sacudo la
cabeza. No, ella no sabe que yo existo.
Y ahora ha venido por asuntos personales. Se lo escuché decir a sus
padres el verano pasado, y vine aquí con la esperanza de que no hubiesen
cambiado de planes. Tal y como me esperaba, la encontré en la pequeña
buhardilla de la casa de sus abuelos en la que se aloja cada vez que viene.
Pero no entré, la observé a través de la ventana, y escuché con atención a su
conversación telefónica.
-Yo también te he echado de menos, André –decía con un casi perfecto
acento francés-. Sí, sé que ha pasado mucho tiempo… No, claro que no te he
olvidado, cielo.
Tragué saliva. Sabía quién era ese tal André, un capullo francés
repipi. Vamos, su ex. Se han visto todas las veces que ella ha venido, pero
nunca han llegado a establecer una relación seria. Más que nada, porque él no
le hace apenas caso. En cuanto se aburre de ella es un adiós muy buenas, ya nos
veremos otro día. Pero es que encima el cabrón está bueno. ¿Veis por qué le
tengo tanto asco a ese capullo? Y ella no es que ayude demasiado volviendo a
caer en su trampa, una y otra vez. Eso me revienta, porque ella es inteligente.
Ella no tendría que sufrir por gente así.
-Por supuesto que quiero verte… -seguía diciendo-. ¿Mañana a las seis?
Perfecto… Claro, sí, nos veremos donde siempre… Yo también te quiero, André…
Otro beso para ti.
Colgó y empezó a dar saltitos de alegría por toda la habitación.
Golpeé, furioso, el cristal de la ventana con un puño. ¡Ella tendría que estar
rebosante de felicidad por mí, no por él! Se giró, sobresaltada, y se acercó a
la ventana. Unas líneas de escarcha la recorrían como si de grietas se tratasen.
Abrió la ventana y dejó pasar el frío viento que traía conmigo. Me coloqué de
pie en el alfeizar, de cara a ella, a escasos centímetros de su rostro. Notaba
su aliento golpeando en mis mejillas.
-¿Por qué no me ves? –Susurré con abatimiento-. Necesito que me veas…
Quiero existir para ti.
Pero no dio muestras de haberme oído. Cerré los puños con fuerza e ira,
y de una patada en la pared me impulsé y me marché volando. ¿No quería verme?
Bien, yo haría que quisiese hacerlo. Y empezaría yendo a su cita con el payaso
de André.
Ahora mismo esa idea me parece una estupidez. ¿En qué estaba pensando?
En ella, claro. Y en mí. En ambos, juntos. Maldita sea, soy un jodido egoísta.
No tendría que estar aquí. No tendría que fastidiarle a ella sus planes, su
vida. Yo no formo parte de ella.
Sacudo la cabeza y me doy la vuelta. Aún estoy a tiempo de marcharme,
antes de hacer ninguna estupidez. Hasta que me topo frente a frente con un
querido amigo. Jodido André.
-¡Hey, Adaira! –La saluda con una enorme sonrisa.
Pasa a través de mí –será maleducado el jodido franchute- y corre hacia
ella. Adaira salta en sus brazos y dan vueltas a la vez que se abrazan. Siento
un nudo en el estómago y me obligo a apartar la vista de ellos. Yo tendría que
ser quien la abrazase así, no él. La deposita con suavidad en el suelo y la
besa. ¡No aguanto más! Me agacho y recojo un puñado de nieve. Alzo el brazo,
dispuesto a lanzárselo, pero una conocida voz me detiene.
-¡Eh, tú, golfillo! ¿Qué se supone que estás haciendo?
Aprieto los dientes y bajo el brazo. Respiro hondo y me giro en
redondo.
-¡Bunny! –Saludo con una enorme e inocente, pero falsa sonrisa-. Qué
sorpresa, ¿qué te trae por aquí?
Se sorprende por un momento, pero se recompone con rapidez y me apunta
con un dedo acusador.
-¡Tú!
Me apoyo en mi bastón con expresión despreocupada y una sonrisa de pillo
en la cara.
-Claro que soy yo. ¿Otra vez has comido esas zanahorias que hacen los
hippies? Deberías saber que llevan…
-¡Tú! –Repite con una mueca de ira-. ¡¿Se puede saber qué estás
haciendo aquí?!
Alzo las cejas y finjo sorpresa.
-Pues estar. ¿Acaso tengo vedada la entrada a París? Ni que fuese el
Polo Norte.
Aprieta los puños una y otra vez. Si esto fuese una película le saldría
humo de la nariz y las orejas. Contengo una risita. Está muy cabreado como para
hacerlo enfadar más. Respira hondo para tranquilizase y murmura unas palabras
para sí que no alcanzo a oír.
-¿Sabes qué día es hoy? –Pregunta con lentitud, arrastrando las
palabras.
Escucho a los dos tortolitos besarse detrás de mí, pero no les presto
atención e intento centrarme en nuestra conversación.
-¿Lunes? Debe ser lunes, porque es un día de mierda y da la casualidad
de que todos los lunes lo son. Aunque, -añado para mí- en realidad, todos los
días lo son.
-No me interesa tu opinión sobre los días de la semana, crío ignorante –espeta
enfurecido-. Dentro de una semana es Pascua y tú estás pululando por aquí, vete
tú a saber por qué, congelando las tuberías y dejando nieve a tu paso.
Me balanceo contra el bastón y me observo las uñas de las manos con
aspecto aburrido.
-Sí, es lo que hago yo –contesto con indiferencia- ¿Acaso has olvidado
qué es lo que haces tú, canguro?
Abre mucho los ojos y puedo ver perfectamente como se le hinchan las
aletas de la nariz.
-¡¿Canguro?! –Grita indignado-. ¡Soy un conejo! Un maldito conejo,
¡entérate de una vez, crío insolente!
Se abalanza sobre mí, pero yo soy más rápido y lo esquivo con una risa.
-Fíjate, yo creía que los conejos eran más rápidos –juego a picarle.
Rechina los dientes con fuerza y se prepara para saltar de nuevo sobre
mí, pero le detengo alzando la vara y colocando la punta sobre su cuello.
-No tan rápido –le advierto-. ¿Qué es lo que quieres?
-¿Que qué es lo que quiero? –Estalla-. ¡Que te marches de aquí, eso es
lo que quiero!
En ese momento Adaira, que había estado haciendo manitas con André,
suelta un estridente chillido y me vuelvo hacia ella con rapidez, olvidando a
Bunny y nuestra estúpida discusión.
-¡Ay, André! –Dice entre risas-. Me has hecho daño.
André le sonríe con picardía y vuelve a morderle en la mejilla. Aprieto
los puños con fuerza alrededor del bastón. <<Sigue así, André, y te daré
una paliza>>, pienso. Bunny interrumpe mis pensamientos.
-Eh, tú, camorrista, te he dicho que te marches.
Suspiro con exasperación y me vuelvo hacia él.
-Lo siento -respondo, arrastrando las palabras-, pero eso no va a ser
posible en este momento.
-¿Que no va a ser…? –Empieza, pero entonces se percata de la presencia
de Adaira y André y un brillo aparece en sus ojos-. Ah, así que es ella…
Me enderezo con rapidez y le observo con suspicacia.
-¿De qué me estás hablando?
Alza la barbilla y señala a Adaira.
-Esa chica –responde simplemente-. Corre el rumor por ahí de que estás
coladito por una, chaval. Y fíjate por donde… es ella.
Entrecierro los ojos y le observo con irritación.
-No sé de qué me estás hablando. Yo solo estoy enamorado de mí mismo.
-Ah, ¿sí? –Sonríe mostrando todos sus dientes-. Pues parece que alguien
ha ocupado tu propio puesto, señorito súper-ego.
No respondo, si no que me limito a observarle mirándole a los ojos,
fulminándole con la mirada. Se da cuenta de que no voy a contestar y cambia de
táctica.
-Mira, Jack. No soy tu enemigo ni nada de eso, de hecho, creía que
éramos amigos –Se detiene y suspira, parece que lo dice en serio-. Y por eso te
voy a dar un consejo.
Le dedico una mueca de desdén como toda respuesta, pero él no se da por
vencido.
-Nosotros nacimos para amar, sí, pero sólo lo que nos corresponde. Y
ellos nacieron para amar lo que les llega de nosotros. Pero eres un guardián, y
los guardianes no podemos ser amados –bajo la mirada, no quiero que siga
hablando-. Por eso, cuando tienen la madurez suficiente, dejan de vernos.
Porque una persona con una mentalidad razonable y madura no puede creer en gente
como nosotros. Por eso, simplemente, no pueden amarnos.
Cierro los ojos. No le creo. Me niego a creer que ella nunca vaya a
amarme. Que nunca vaya a imaginar mi sola existencia. Me niego. ¡Me niego!
Bunny se ha ido acercando a mí, y ahora coloca una mano –mejor dicho
una pata- en mi hombro para confortarme.
-Márchate, chico –susurra y alzo la vista hacia él-. Ella ya tiene a
alguien. Eso solo te hará sufrir más a ti. Hazlo, no por mí, sino por tu bien. El
amor puede llegar a enloquecernos más que cualquier enfermedad. Hazme caso, y
márchate.
Le sostengo la mirada en silencio durante unos minutos, intentando
asimilar sus palabras. No gano nada quedándome, eso es cierto. Pero, ¿acaso
gano más marchándome? Dios mío, estoy hecho un lío. Finalmente, dejo caer los
hombros, en señal de rendición.
-Está bien, Bunny –murmuro con tristeza-. Me marcharé. Disculpa las
molestias.
Parece sorprendido –seguramente pensaba que le iba a mandar al cuerno- pero asiente y me aprieta
el hombro en señal de consuelo. Se aleja unos pasos de mí y patalea el suelo,
donde se abre un profundo agujero en el cemento. Antes de saltar me mira por
última vez.
-Ánimo, chaval –me dice con una sonrisa-. Lo superarás. No por algo
eres el guardián de la alegría.
Le dedico una media sonrisa que espero que resulte convincente, y salta
por el agujero. Ambos desaparecen en un abrir y cerrar de ojos.
Resoplo con lentitud y me vuelvo hacia la parejita. Con tanta cháchara,
no me había dado cuenta de que están discutiendo en voz baja.
-Ay, André, que te he dicho que no –le dice ella mientras le agarra la
mano que él intenta meter bajo su falda.
-¿Pero por qué? –Pregunta él, con picardía-. Si no se va a dar cuenta
nadie, venga…
-Que te he dicho que no. ¡Ay!
Él la empuja y se pone en pie, furioso.
-¡¿Entonces, para esto me traes aquí, puta calienta…?!
-¡André! –Le grita ella antes de que termine la frase.
Ah, no, ¡esto sí que no! Puedo tolerar que la bese –bueno, no- pero lo
que no pienso dejar pasar es que la fuerce a hacer algo que ella no quiere, ¡y
mucho menos hablarle de esa forma! Formo una dura y helada bola de nieve en mi
mano y la lanzo con todas mis fuerzas sobre su cabeza. Suerte que tengo buena
puntería.
Se vuelve hacia todas partes, desconcertado, pero no ve a nadie que
haya podido atacarle. La mira, furioso.
-Zorra –escupe con rabia.
Y echa a andar con rapidez, esquivando a la gente o golpeándoles para
apartarles de su camino.
-¡André! –Le llama, pero no puede oírla.
Emite un pequeño sollozo y varias lágrimas ruedan por sus mejillas. Me
acerco con rapidez a ella e intento limpiárselas de la cara. Pero es inútil. No
puedo tocarla.
-No llores –pido-. Por favor, no llores.
Se deja caer sobre el banco y se cubre la cara con las manos,
sollozando.
Inspiro con ira. ¡Maldita sea! No puedo marcharme ahora, no puedo
dejarla así. Me siento a su lado y trato de acariciarle el pelo.
-Si pudieses escucharme –susurro-. Yo nunca te haría eso. Yo nunca te
haría daño. Solo quiero hacerte feliz… solo quiero estar contigo.
Sin darme cuenta, ha empezado a nevar. Sin que yo lo quiera. La nieve
cae como las lágrimas por su cara. Como las mías propias. Abro mucho los ojos,
sorprendido y asustado. Hace mucho tiempo que no lloraba. De hecho, ni si
quiera recuerdo haber llorado nunca en esta vida. Alzo la vista al cielo. Ya ha
oscurecido, y la luna asoma tímida por entre las nubes. Me irgo y la señalo con
furia.
-¿Por qué me haces esto? –grito-. ¿Por qué me convertiste en esto?
¿Acaso no merecía una vida? –Las lágrimas se cuelan entre mis labios, pero no
me importa. Ya no sé si lloro de rabia, o impotencia. Tal vez ambas cosas-.
¡¿Acaso no merecía ser amado, no he pasado ya suficiente?!
Pateo el suelo con furia. No es justo, no es justo. Agarro el bastón y lo alzo en alto.
-¿Ves esto, Luna? ¡Ya no lo quiero! –Grito-. ¡Ya no quiero nada de esto!
Renunciaría a todo lo que soy por ser normal. ¡Por ella!
Intento partirlo por la mitad, pero está muy duro. Sin embargo no
me rindo y tiro con todas mis fuerzas. Entonces un destello me ciega por unos
segundos y caigo de bruces al suelo. Respiro con dificultad. Es como si alguien
me hubiese pateado las costillas. Me acurruco en el suelo, y dejo que las
lágrimas salgan a sus anchas. Ya no me importa. Ya no me importa nada.
Permanezco así lo que me parecen horas, sin percatarme de lo que sucede
alrededor. Pero entonces, escucho mi nombre.
-¿Jack? –Suena tímido y dulce, como si fuese algo difícil de
pronunciar, o algo que no debería estar ahí.
Alzo la cabeza y la observo entre mis cabellos plateados alborotados.
Es ella. Me está mirando. Dios, dios. Me está mirando.
-Jack, ¿estás bien? –repite con preocupación.
Alarga una mano hacia mí y la imito, temblando de arriba abajo. Y la
toco. ¡Puedo tocarla! Nunca me habría imaginado su tacto así, tan suave, frío.
Como la nieve. Me incorporo con lentitud y la miro.
-Jack –Pronuncia de nuevo.
Y en su rostro puedo ver, ¿una sonrisa, tal vez?
<<Jack.>>